Wagneriana, nº1. 1977
De lo femenino en lo humano
Por Richard Wagner
Sólo ocasionalmente, y como algo secundario, ha llegado a encontrar recordada, recorriendo los tratados que son conocidos, sobre la decadencia de las razas humanas, la importancia de los matrimonios y de los influjos de ellas derivados sobre las cualidades de las especies. Me reservaba, en realidad, el expresar más extensamente mi pensamiento sobre esta cuestión, cuando en mi artículo "Heroísmo y Cristianismo" observaba que "ningún pecho cubierto de cuantos honores se desee, puede ocultar la realidad de un corazón pálido, cuyo pulso cansado traiciona dolorosamente su origen en un matrimonio concluido según las más perfectas reglas de la estirpe, pero sin amor".
Si nos detenemos un momento, y nos recogemos para reflexionar sobre esta idea, no dejará de espantarnos la amplitud del panorama que nos abre un punto de vista de este género. Una vez asumida la misión de examinar el elemento universalmente humano en su concordancia con el eterno elemento natural, nos vemos obligados a constatar que el único hecho decisivo es el comportamiento entre el hombre y la mujer, es decir, entre el elemento masculino y el elemento femenino.
Mientras la decadencia de las razas humanas se presenta con clarísimos rasgos, las generaciones animales, salvo los casos en los que el hombre se entromete en sus apareamientos, se conservan totalmente puras: evidentemente, porque no conocen matrimonios de conveniencia, calculados en base a la propiedad o el patrimonio. Pero no conocen tampoco el matrimonio; y si es el matrimonio lo que tanto eleva al hombre por encima del mundo animal, por la evolución de sus cualidades morales, es precisamente el uso erróneo del matrimonio, para fines completamente alejados del mismo, la razón de nuestra decadencia, por debajo de los mismos animales.
Una vez fijado así, quizá con singular dureza, el pecaminoso inconveniente que, en el curso de la cultura hacia la civilización, nos ha excluido de los valores que las estirpes animales mantienen inalterables a través de las generaciones, podemos considerar asimismo que hemos llegado al núcleo moral de nuestro problema.
Esté se descubre a nuestra razón apenas se considere la diferencia de la relación entre macho y hembra en el mundo animal y en el humano. Aun cuando el calor del macho pueda ya ser, en los individuos de las especies animales más elevadas, fuertemente orientado a la individualidad de la hembra, el macho, sin embargo, protege a la madre sólo en tanto que ésta no está en condiciones de orientar por sí sola la prole hacia su propia defensa y conservación, hasta el momento en que se la puede abandonar a sí misma, separándose también de la madre: la naturaleza toma cuidado sólo de la especie, que conserva tanto más pura en cuanto que impulsa a las parejas a mezclarse sólo según el impulso del calor recíproco.
Al contrario, se puede afirmar que la separación y el alejamiento del hombre de las leyes que regulan la generación animal, se han producido como consecuencia en primer lugar del hecho de que el celo asumió en él aspecto de inclinación hacia el individuo, con lo cual el instinto genético, tan decisivo en los animales, comenzó a desnaturalizarse hasta hacerse irreconciliables frente a la satisfacción ideal procurado por el ser individualmente amado. El instinto, sin embargo, parece mantener su vigor natural en la mujer, al continuar regulando el comportamiento materno, por el que ésta, aunque transfigurada por el amor ideal del hombre por su individualidad, queda más ligada que él al impulso natural, mientras que la pasión del hombre se traduce en FIDELIDAD ante el fatal amor materno.
Fidelidad en el amor: matrimonio; aquí se manifiesta el poder del hombre sobre la naturaleza. y nosotros la consideramos divina. Esa es la fuerza que forja las nobles razas (1). Debería ser fácil explicar el surgir de éstas últimas de las más bajas, que quedaron atrás, mediante el desarrollo de la monogamia; cierto es que la más noble raza blanca se nos muestra, en la leyenda y en la historia, desde su primera aparición, como monogámica, mientras cuando los conquistadores se mezclan poligámicamente con los vencidos, marcha hacia su ocaso (2).
Aquí llegamos, en el juicio alterno de la poligamia y la monogamia, al encuentro del universal humano con el eterno natural. Hay elevados pensadores que consideran la poligamia como estado natural, mientras consideran el matrimonio monogámico como un desafío perenne contra la naturaleza. Ciertamente los pueblos poligámicos están más cercanos al estado natural, y consiguen así, si no intervienen perturbadores, la conservación pura de su raza con el mismo éxito con el que la naturaleza consigue conservar inmutadas las especies animales. Sólo que la poligamia no puede producir un individuo significativo, a no ser por la intervención de la ley ideal de la monogamia, como se ve ocurrir, a veces, por virtud de pasión y fidelidad amorosa en los harenes orientales. En este caso, la misma mujer es elevada por encima de la ley genética natural, a la cual, por otra parte, y según la opinión incluso de los más sabios legisladores, quedó siempre de tal modo sometida que Buddha, por ejemplo, la consideraba excluida de la santidad (3). Es un bello rasgo de la leyenda el que impulsa también al Perfecto, al Victorioso a la aceptación de la mujer. Sin embargo, el proceso de la emancipación de la mujer avanza sólo entre espasmos estáticos. -Amor- Tragedia...
Después de escritas estas últimas palabras se sintió enfermo. Poco después fallecía, dejando incompleta ésta, su obra póstuma, y privando al mundo de su más profundo y elevado genio artístico.
Venecia, Palazzo Vendramin, 11-13 de febrero de 1883
NOTAS: (1) Sólo con este tipo de matrimonio pudieron las razas ennoblecerse, incluso en el proceso generativo. (Nota de Wagner). (2) En los conquistador enseguida poligamia (posesión) (Nota de Wagner). (3) Idealidad del hombre - neutralidad de la mujer - (Buddha) - después Degeneración del hombre (Nota de Wagner).
Si nos detenemos un momento, y nos recogemos para reflexionar sobre esta idea, no dejará de espantarnos la amplitud del panorama que nos abre un punto de vista de este género. Una vez asumida la misión de examinar el elemento universalmente humano en su concordancia con el eterno elemento natural, nos vemos obligados a constatar que el único hecho decisivo es el comportamiento entre el hombre y la mujer, es decir, entre el elemento masculino y el elemento femenino.
Mientras la decadencia de las razas humanas se presenta con clarísimos rasgos, las generaciones animales, salvo los casos en los que el hombre se entromete en sus apareamientos, se conservan totalmente puras: evidentemente, porque no conocen matrimonios de conveniencia, calculados en base a la propiedad o el patrimonio. Pero no conocen tampoco el matrimonio; y si es el matrimonio lo que tanto eleva al hombre por encima del mundo animal, por la evolución de sus cualidades morales, es precisamente el uso erróneo del matrimonio, para fines completamente alejados del mismo, la razón de nuestra decadencia, por debajo de los mismos animales.
Una vez fijado así, quizá con singular dureza, el pecaminoso inconveniente que, en el curso de la cultura hacia la civilización, nos ha excluido de los valores que las estirpes animales mantienen inalterables a través de las generaciones, podemos considerar asimismo que hemos llegado al núcleo moral de nuestro problema.
Esté se descubre a nuestra razón apenas se considere la diferencia de la relación entre macho y hembra en el mundo animal y en el humano. Aun cuando el calor del macho pueda ya ser, en los individuos de las especies animales más elevadas, fuertemente orientado a la individualidad de la hembra, el macho, sin embargo, protege a la madre sólo en tanto que ésta no está en condiciones de orientar por sí sola la prole hacia su propia defensa y conservación, hasta el momento en que se la puede abandonar a sí misma, separándose también de la madre: la naturaleza toma cuidado sólo de la especie, que conserva tanto más pura en cuanto que impulsa a las parejas a mezclarse sólo según el impulso del calor recíproco.
Al contrario, se puede afirmar que la separación y el alejamiento del hombre de las leyes que regulan la generación animal, se han producido como consecuencia en primer lugar del hecho de que el celo asumió en él aspecto de inclinación hacia el individuo, con lo cual el instinto genético, tan decisivo en los animales, comenzó a desnaturalizarse hasta hacerse irreconciliables frente a la satisfacción ideal procurado por el ser individualmente amado. El instinto, sin embargo, parece mantener su vigor natural en la mujer, al continuar regulando el comportamiento materno, por el que ésta, aunque transfigurada por el amor ideal del hombre por su individualidad, queda más ligada que él al impulso natural, mientras que la pasión del hombre se traduce en FIDELIDAD ante el fatal amor materno.
Fidelidad en el amor: matrimonio; aquí se manifiesta el poder del hombre sobre la naturaleza. y nosotros la consideramos divina. Esa es la fuerza que forja las nobles razas (1). Debería ser fácil explicar el surgir de éstas últimas de las más bajas, que quedaron atrás, mediante el desarrollo de la monogamia; cierto es que la más noble raza blanca se nos muestra, en la leyenda y en la historia, desde su primera aparición, como monogámica, mientras cuando los conquistadores se mezclan poligámicamente con los vencidos, marcha hacia su ocaso (2).
Aquí llegamos, en el juicio alterno de la poligamia y la monogamia, al encuentro del universal humano con el eterno natural. Hay elevados pensadores que consideran la poligamia como estado natural, mientras consideran el matrimonio monogámico como un desafío perenne contra la naturaleza. Ciertamente los pueblos poligámicos están más cercanos al estado natural, y consiguen así, si no intervienen perturbadores, la conservación pura de su raza con el mismo éxito con el que la naturaleza consigue conservar inmutadas las especies animales. Sólo que la poligamia no puede producir un individuo significativo, a no ser por la intervención de la ley ideal de la monogamia, como se ve ocurrir, a veces, por virtud de pasión y fidelidad amorosa en los harenes orientales. En este caso, la misma mujer es elevada por encima de la ley genética natural, a la cual, por otra parte, y según la opinión incluso de los más sabios legisladores, quedó siempre de tal modo sometida que Buddha, por ejemplo, la consideraba excluida de la santidad (3). Es un bello rasgo de la leyenda el que impulsa también al Perfecto, al Victorioso a la aceptación de la mujer. Sin embargo, el proceso de la emancipación de la mujer avanza sólo entre espasmos estáticos. -Amor- Tragedia...
Después de escritas estas últimas palabras se sintió enfermo. Poco después fallecía, dejando incompleta ésta, su obra póstuma, y privando al mundo de su más profundo y elevado genio artístico.
Venecia, Palazzo Vendramin, 11-13 de febrero de 1883
NOTAS: (1) Sólo con este tipo de matrimonio pudieron las razas ennoblecerse, incluso en el proceso generativo. (Nota de Wagner). (2) En los conquistador enseguida poligamia (posesión) (Nota de Wagner). (3) Idealidad del hombre - neutralidad de la mujer - (Buddha) - después Degeneración del hombre (Nota de Wagner).
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